sábado, 2 de enero de 2010

Lección 2: El fruto del Espíritu es amor / Notas de Elena de White

Sábado 2 de enero

El ejemplo del Salvador debe servirnos de modelo para nuestro servicio en pro de los tentados y extraviados. Hemos de manifestar para con los demás el mismo interés, la misma ternura y longanimidad que él manifestó hacia nosotros. "Como os he amado -dice- que también os améis los unos a los otros" (S. Juan 13:34). Si Cristo mora en nosotros, manifestaremos su abnegado amor para con todos aquellos con quienes tratemos. Cuando veamos a hombres y mujeres necesitados de simpatía y ayuda, no nos preguntaremos si son dignos, sino cómo podemos beneficiarles (El ministerio de curación, p. 120).

El maravilloso ejemplo de la vida de Cristo, su ternura sin límites por aquellos que estaban oprimidos y el gozo que experimentaba al verlos regocijarse en su amor, deben tener una profunda influencia en el carácter de quienes le siguen con sinceridad. Al aprender de él, esparcirán su simpatía con liberalidad, y mostrarán por medio de tiernas palabras y acciones, que tratan de facilitar el camino a los que están con los pies cansados. Sus actos de bondad y amor humanos revelarán que, por la gracia de Dios, muchas cosas que parecen imposibles serán superadas. La abnegación será para sus seguidores la ley de la vida (Signs of the Times, agosto 12, 1908).

Lo que más distingue al pueblo de Dios de las religiones populares no es solamente su profesión, sino su carácter ejemplar y sus principios de amor abnegado. La influencia poderosa y purificadora del Espíritu de Dios ejercida sobre el corazón, se manifiesta en palabras y obras, los separa del mundo y los señala como pueblo peculiar de Dios. El carácter y la disposición de los seguidores de Cristo serán como los del Maestro. Él es el modelo, el ejemplo santo y perfecto dado a los cristianos para que lo imiten (A fin de conocerle, p. 319).

El amor tiene muchas dimensiones (Deut. 6:5).
Domingo 3 de enero

En la seguridad del amor de Dios hacia nosotros, Jesús ordena en un abarcante principio que incluye todas las relaciones humanas, que nos amemos unos a otros.

Los judíos se preocupaban por lo que habían de recibir; su ansia principal era lo que creían merecer en cuanto a poder, respeto y servicio. Cristo enseña que nuestro motivo de ansiedad no debe ser ¿cuánto podemos recibir?, sino ¿cuánto podemos dar? La medida de lo que debemos a los demás es lo que estimaríamos que ellos nos deben a nosotros.

En nuestro trato con otros, pongámonos en su lugar. Comprendamos sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus pesares. Identifiquémonos con ellos, luego tratémoslos como quisiéramos que nos trataran a nosotros si cambiásemos de lugar con ellos. Esta es la regla de la verdadera honradez. Es otra manera de expresar esta ley: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Es la médula de la enseñanza de los profetas, un principio del cielo. Se desarrollará en todos los que se preparan para el sagrado compañerismo con él.

La regla de oro es el principio de la cortesía verdadera, cuya ilustración más exacta se ve en la vida y el carácter de Jesús. ¡Oh! ¡qué rayos de amabilidad y belleza se desprendían de la vida diaria de nuestro Salvador! ¡Qué dulzura emanaba de su misma presencia! El mismo espíritu se revelará en sus hijos. Aquellos con quienes mora Cristo serán rodeados de una atmósfera divina. Sus blancas vestiduras de pureza difundirán la fragancia del jardín del Señor. Sus rostros reflejarán la luz de su semblante, que iluminará la senda para los pies cansados e inseguros.

Nadie que tenga el ideal verdadero de lo que constituye un carácter perfecto dejará de manifestar la simpatía y la ternura de Cristo. La influencia de la gracia debe ablandar el corazón, refinar y purificar los sentimientos, impartir delicadeza celestial y un sentido de lo correcto (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 113, 114).

Los atributos más apreciados por Jesús son el amor abnegado y la pureza. "Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor". El que ama a Dios en forma suprema y a su prójimo como a sí mismo, está cumpliendo la ley completamente. ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres! La obra que los cristianos deben hacer en el mundo es no despreciar la ley ni quitarle su sagrada dignidad sino escribirla en las mentes y los corazones. Cuando la ley de Dios es implantada en el alma, la vida eterna se aproxima para ella mediante los méritos de Cristo. "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado". "Les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos" (S. Juan 17:3, 26). Cuando esto se alcanza, se cumple el gran propósito del evangelio: unir los corazones de sus seguidores en el espíritu de una hermandad universal, estableciendo así el sistema celestial de orden y armonía en la familia de Dios en la tierra, para que sus miembros puedan ser dignos de ser parte de la familia real en las alturas. En su misericordia y sabiduría, Dios prueba a los hombres y mujeres aquí para ver si obedecen su voz y respetan su ley, o se rebelan como lo hizo Satanás. Si eligen el camino del rebelde, no sería seguro admitirlos en el cielo pues podrían causar otra rebelión contra el gobierno de Dios en las cortes celestiales. Pero aquel que respeta la ley en todos sus aspectos, muestra que una perfecta obediencia es posible (Review and Herald, julio 21, 1891).

Lo que hace el amor (1 Cor. 13:4-8).
Lunes 4 de enero

Una de las principales características del amor es la humildad. Dice el apóstol: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser" (1 Corintios 13:4-7). Quién tiene verdadero celo por Dios desconfiará de sí mismo y se sentirá pequeño a su propia vista, porque el amor le enseña a ser manso y humilde de corazón; le enseña a exhibir la gracia de la paciencia; a refrenar la impetuosidad, el mal humor y el descontento. El amor a Dios y a nuestro prójimo vencerá al odio, la amargura, la ira, la malicia, el prejuicio, la envidia y las conjeturas (Signs of the Times, febrero 24, 1890).

Para que la iglesia prospere, los miembros que la integran deben esmerarse por cultivar la preciosa planta del amor. Permitid que ella disfrute de todas las ventajas para que pueda florecer en el corazón. Todo verdadero cristiano debe desarrollar en esta vida las características del amor divino; ha de manifestar espíritu de tolerancia, de beneficencia, y estar libre de celos y envidia. Semejante carácter, desarrollado en palabra y en comportamiento, no repelerá y no será inaccesible, frío o indiferente a los intereses ajenos. La persona que cultiva la preciosa planta del amor será abnegada de espíritu, y no perderá el dominio propio bajo la provocación. No culpará a otros de malos motivos o intenciones, pero se lamentará profundamente cuando el pecado sea descubierto en cualquiera de los discípulos de Cristo (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 115, 116).

La devoción que Dios requiere se revela en el amor sincero por las almas por las que Cristo dio su vida. Cuando Cristo vive en el corazón se manifestará por el amor que prescribe a sus discípulos. Sus hijos verdaderos preferirán a los demás antes que a sí mismos. No buscan la porción más grande en ningún lugar ni momento, porque no consideran que sus talentos sean superiores a los de sus hermanos. Cuando este es el caso, se mostrará la señal mediante una revelación del amor que Cristo manifestó por las almas de los hombres: un amor abnegado, genuino, que prefiere el bienestar de los demás antes que el propio (Mente, carácter y personalidad, t. 1, p. 247).

Lo que no hace el amor.
Martes 5 de enero

La palabra de Dios ha de tener un efecto santificador en nuestra relación con cada miembro de la familia humana. La levadura de la verdad no producirá espíritu de rivalidad, ambición, deseo de la supremacía. El amor verdadero nacido del cielo no es egoísta y cambiable. No depende de la alabanza humana. El corazón de aquel que recibe la gracia de Dios desborda de amor a Dios y aquellos por lo cuales Cristo murió. El yo no lucha para ser reconocido. No ama a otros porque ellos lo aman a él y le agradan, o porque aprecian sus méritos, sino porque constituyen una posesión comprada por Cristo. Si sus motivos, palabras o acciones son mal entendidos o falseados, no se ofende, sino que prosigue invariable su camino. Es amable y considerado, humilde en la opinión que tiene de sí mismo, y sin embargo lleno de esperanza, y siempre confía en la misericordia y el amor de Dios (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 72, 73).

El amor no se ensalza. Es humilde; nunca hace que una persona se jacte o se exalte a sí misma. El amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo no se revelará en actos precipitados ni nos hará dominantes, criticadores o dictatoriales. El amor no se envanece. El corazón en el cual reina el amor será guiado hacia un comportamiento bondadoso, cortés y compasivo hacia los demás, sean éstos o no de nuestro agrado, sea que nos respeten o que nos traten mal (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 116).

Jesús dice: "Como yo os he amado, que también os améis unos a otros". El amor no es sencillamente un impulso, una emoción transitoria que depende de las circunstancias; es un principio viviente, un poder permanente. El alma se alimenta de las corrientes de amor puro que fluyen del corazón de Cristo como de un manantial que nunca falla. ¡Oh, cómo se vivifica el corazón, cómo se ennoblecen sus motivos y se profundizan sus sentimientos mediante esa comunión! Los hijos de Dios, bajo la educación y la disciplina del Espíritu Santo se aman mutuamente, con lealtad, con sinceridad, sin afectación, "sin incertidumbre ni hipocresía". Y esto sucede porque el corazón ama a Jesús. Nuestro afecto mutuo fluye de nuestra relación común con Dios. Somos una familia, nos amamos entre nosotros como él nos amó. Cuando este afecto verdadero, santificado y disciplinado se compara con la cortesía superficial del mundo y las expresiones vacías de amistad, éstas son como el tamo comparado con el trigo (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1114).

El amor cristiano no es inconsecuente; si lo tenemos, anulará el egoísmo del corazón. No dirá: "Yo amo a los hermanos que me aman, pero no puedo amar a los que no me aman", porque el verdadero amor "es sufrido, es benigno" (The Bible Echo, junio 1, 1887).

El amor "no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor". El amor que se asemeja al de Cristo atribuye las razones más favorables a los motivos y los actos de los demás. No expone innecesariamente sus faltas; no escucha con ansia los informes desfavorables; más bien trata de recordar las buenas cualidades de los demás (Mente, carácter y personalidad, t. 1, p. 213).

La prueba del amor (Mat. 5:43-48).
Miércoles 6 de enero

Satanás está enemistado con la verdad, y luchará de todos modos contra sus defensores.

Nuestra vida debe estar de tal modo oculta con Cristo en Dios, que cuando hagamos frente a amargos discursos y palabras burlonas y miradas perversas, no permitiremos que nuestros sentimientos se agiten contra nuestros adversarios, sino que sentiremos profunda simpatía con ellos, porque no saben nada del precioso Salvador a quien pretender conocer. Debemos recordar que están al servicio del más acérrimo enemigo de Jesucristo, y que al paso que todo el cielo está abierto a los hijos e hijas de Dios, ellos no tienen ese privilegio. Debéis sentiros como el pueblo más feliz que mora en la tierra. Sin embargo, como representantes de Cristo, sois como corderos en medio de lobos, tenéis a alguien que puede ayudaros en todas las circunstancias, y no seréis devorado por esos lobos, si os mantenéis cerca de Jesús. ¡Cuán cuidadosos debéis ser de representar a Jesús en cada palabra y acción! Cuando os levantáis por la mañana, cuando vais a la calle, cuando volvéis, debéis sentir que Jesús os ama, que está a vuestro lado, y que no debéis fomentar pensamientos que ofendan a vuestro Salvador (A fin de conocerle, p. 185).

[Se cita S. Mateo 5:44-48] Yo he sido impresionada profundamente por estas palabras. Debemos comprender su significado verdadero. Si representáramos el carácter de Cristo al obedecer este requerimiento, habría un cambio mayor en los obradores de maldad. Muchas almas se convencerían de su pecaminosidad y se convertirían por las impresiones hechas en ellos porque no nos ofendemos por las acciones impías de quienes están controlados por las agencias satánicas. Debemos obrar en forma decidida y con oración del lado del Señor. En todos los asuntos que provoquen al alma debemos resistir el mal y negarnos a abusar del malhechor.

Representemos diariamente el gran amor de Cristo amando a nuestros enemigos como Cristo los amó. Si reveláramos de esa forma la gracia de Cristo, se quebrantarían los fuertes sentimientos de odio y en muchos corazones surgiría el amor genuino. Se verían muchas más conversiones de las que ocurren ahora (El ministerio médico, pp. 335, 336).

Cuando nuestro carácter no conocía el amor y éramos "aborrecibles" y nos aborrecíamos "unos a otros", nuestro Padre celestial tuvo compasión de nosotros. "Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia" (Tito 3:4, 5). Si recibimos su amor, nos hará igualmente tiernos y bondadosos, no sólo con quienes nos agradan, sino también con los más defectuosos, errantes y pecaminosos.

Los hijos de Dios son aquellos que participan de su naturaleza. No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los privilegios religiosos, lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios; es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad. Aun los pecadores cuyos corazones no estén herméticamente cerrados al Espíritu de Dios responden a la bondad. Así como pueden responder al odio con el odio, también corresponderán al amor con el amor. Solamente el Espíritu de Dios devuelve el amor por odio. El ser bondadoso con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin esperar recompensa, es la insignia de la realeza del cielo, la señal segura mediante la cual los hijos del Altísimo revelan su elevada vocación (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 65, 66).

El amor en acción (Luc. 10:25-37).
Jueves 7 de enero

La formación completa del carácter cristiano se alcanza cuando el impulso de ayudar y bendecir a otros fluye constantemente desde nuestro interior; cuando la luz del cielo llena el corazón y se expresa en el rostro. No existe tal cosa como un cristiano sin amor porque es imposible para un corazón en el que habita Cristo no mostrar amor. Un corazón duro y frío no está recibiendo los rayos luminosos y suavizantes del Sol de justicia (Review and Herald, abril 3, 1900).

Así la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" está para siempre contestada. Cristo demostró que nuestro prójimo no es meramente quien pertenece a la misma iglesia o fe que nosotros. No tiene que ver con distinción de raza, color o clase. Nuestro prójimo es toda persona que necesita nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que está herida y magullada por el adversario. Nuestro prójimo es todo aquel que pertenece a Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 464).

Entre los judíos la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" causaba interminables disputas. No tenían dudas con respecto a los paganos y los samaritanos. Estos eran extranjeros y enemigos. Pero, ¿dónde debía hacerse la distinción entre el pueblo de su propia nación y entre las diferentes clases de la sociedad?... Cristo contestó esta pregunta con la parábola del buen samaritano. Mostró que nuestro prójimo no significa una persona de la misma iglesia o la misma fe a la cual pertenecemos. No tiene que ver con la raza, el color o la distinción de clase. Nuestro prójimo es toda persona que necesita nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que está herida y magullada por el adversario. Nuestro prójimo es todo el que pertenece a Dios.

Cualquiera que sufre es nuestro prójimo. Cualquier hijo e hija de Adán que se haya extraviado, entrampado por el enemigo de las almas, y se encuentre esclavizado por malos hábitos que agostan la virilidad de origen divino, es mi prójimo.

Nuestro prójimo no son solamente nuestros compañeros y amigos dilectos, ni los que pertenecen a nuestra iglesia, o piensan lo mismo que nosotros. Nuestro prójimo es toda la raza humana. Debemos hacer el bien a todos los hombres, y especialmente a los que pertenecen a la familia de la fe. Debemos exponer ante el mundo lo que significa cumplir la ley de Dios. Debemos amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimos como a nosotros mismos.

Hoy Dios nos da la oportunidad de demostrar si amamos a nuestro prójimo. El que verdaderamente ama a Dios y a sus semejantes es el que revela misericordia hacia los pobres, enfermos, heridos y moribundos. Dios invita a todos los hombres a que emprendan esta obra que se ha descuidado, a fin de tratar de restaurar la imagen moral del Creador en la humanidad (Meditaciones matinales, 1952, p. 239).


Guía de Estudio de la Biblia: El Fruto del Espíritu / Notas de Elena de White.
Periodo: Trimestre Enero-Marzo de 2010

Autor: Richard O'Fill, es escritor (El Cristiano Victorioso, Un Fruto Divino entre otros libros) y orador del ministerio Revival Sermons, ha trabajado para la iglesia en tres continentes, incluyendo siete años en las oficinas centrales de la Asociación General. Reside actualmente en Orlando, Florida, EE.UU.

Editor: Clifford Goldstein

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